Cuando el Sonido Falló



El sol de la tarde lamía las copas de los árboles mientras caminaba a casa, H volvía de la tienda con las manos vacías. Se dijo para sí que lo mejor era cocinar algo en casa. Entró al edificio de apartamentos donde vivía, pero le pareció que estaba en otra realidad. Algo no encajaba. Sus sentidos le alertaban de algo que no se sentía real. Las gradas frente a él no parecían exactamente en su sitio, como si alguien las hubiera movido un poco, con todo lo demás. El cuadro con el paisaje que veía al entrar siempre estaba un poco torcido para su gusto, pero ahora parecía estarlo un poco más de lo normal.


La sensación era extraña: el sonido de sus pasos al andar ya no era al unísono, o como si la realidad estuviera ligeramente desenfocada. Decidió salir y comprobar si su sensación era solo dentro del edificio. Al salir vio a un amigo suyo, M, en la entrada de lo que parecía una casa de citas. Al menos eso le pareció a H. Era una casa de tres o cuatro niveles; no lo supo con certeza o, más bien, no se percató. La casa estaba pintada de un azul profundo. Tenía un foco rojo justo bajo la puerta. Pensó que nunca lo había visto. Tuvo la extraña idea de que M quizá vivía ahí.


Al acercarse a M, vio a varios adolescentes y niños dentro de la casa. Estaban jugando; los delataba una luz azul que salía de los monitores y se reflejaba en sus rostros, que parecía parpadear. Se saludaron efusivamente, como si tuvieran mucho tiempo de no verse. La plática era trivial. Las preguntas iban y venían: ¿La familia? ¿El trabajo? Por un momento parecía que todo era normal, pero notó algo nuevamente. La voz de M estaba desfasada, no coincidía; sus labios no estaban sincronizados con el sonido. Se percató de que los suyos tampoco lo estaban. Levantó la mano casi por intuición y se tapó la boca. El silencio los engulló por unos segundos. Dos hombres pasaron a un costado de ellos. Tenían un aspecto sombrío e interrumpieron el silencio, hablando en voz baja. H logró escuchar algo de "lo que pasa en los niveles de arriba" y de mantenerlo en secreto. No entendió muy bien.


M movió sus labios. "Hay que ir a ver", jaló del brazo a H y comenzaron a subir. Llegaron hasta la tercera planta, en un pasillo estrecho. El silencio era el común denominador hasta ahí. A lo lejos escucharon a los hombres hablar; sus voces se escucharon amortiguadas, como si ajustaran los decibelios. H comprendió entonces que lo que ahí pasaba no era legal. Sintió nuevamente esa sensación extraña. Escucharon a una mujer gritar. Un golpe los sorprendió y, una fracción de segundo después, vieron una puerta abrirse. Los dos hombres salieron. M asomó la cabeza dentro del cuarto. Una mujer yacía en el suelo y había mucha sangre a su alrededor. H le siguió; ambos estaban parados frente al cuarto y miraban fijamente a la mujer. El cabello negro y sus ropas evidenciaban de alguna forma su espíritu joven. Ninguno habló. H miró fijamente a la mujer y su rostro, que conservaba el horror capturado antes de fallecer. Vieron algo que no debían de haber visto. Su reacción fue huir.


Los dos hombres regresaban por el pasillo; sus pasos se podían escuchar. H giró su vista a una ventana que estaba adelante de ellos, cerca de la puerta del cuarto donde yacía la mujer. Un par de metros antes vieron una puerta que daba a una galería que estaba en toda la parte lateral de la casa. M puso su mano en la perilla de la puerta, la giró, y su rostro, que hasta ese momento reflejaba angustia, se relajó un poco. Ambos salieron. M vio una oportunidad de bajar entre lo que parecía un espacio intermedio entre un poste y el armazón de metal que protegía la galería. Abrazó el poste, comenzó a bajar y ponía sus pies en la pared para apoyarse, pero no podía descender. Cayó de golpe. Al ver esto, H hizo lo contrario: no abrazó el poste. Puso su espalda contra él y con los pies se apoyó en la pared y comenzó a descender.


H vio la pared y pensó que las formas rugosas que tenía esta formaban rostros. La luz del foco en el poste se encendió y unas sombras aparecieron frente a él; las sombras parecían danzar en la pared. La realidad le pareció más distorsionada. Ningún sonido coincidía con las acciones que los provocaban. La adrenalina parecía distorsionar más la realidad.

M se logró reponer y corrió. H se resbaló y cayó; el sonido del golpe se escuchó ligeramente después. No tuvo tiempo de reaccionar al dolor. Escuchó un grito de un hombre que tenía un punzón en la mano. Corría con la mano alzada. H se levantó como pudo y comenzó a correr.


Este hombre hablaba con un acento diferente, dando la sensación de no ser de la región. Era alto, como de dos metros, de tez blanca y tenía la nariz un poco pronunciada. Su vestimenta no parecía común, ni algo que alguien pudiera asociar con alguna cultura. No llevaba camisa, o algo que pudiera identificarse como tal. Sus pantalones parecían haber sido bordados con hilos de colores que daban la sensación de ser de otra época. Parecían desgastados. Su rostro estaba pintado o tatuado; era difícil poder decirlo, al menos para H. M ya estaba en otro lugar. No lo volvió a ver.



H corría y a ratos giraba su cabeza hacia atrás para tratar de ver por dónde estaba el hombre. Llegó a un parque, un pequeño bosque. Sentía que las piernas le temblaban, se notó cansado, pero era su vida la que estaba en juego. No se había adentrado mucho en el bosque cuando notó algo demasiado extraño. Tras aquel hombre que le perseguía había un camino que antes no estaba. Él sabía que habían arbustos y mucha maleza por donde había pasado, pero ahora no había más que pequeñas ramas secas, además de alguna que otra hoja tirada en el suelo. Era árido y desértico. Pensó que este ser, a cada porción de tierra que avanzaba, hacía que la maleza, las plantas, arbustos y todo rastro de vida se perdiera, muriera. Vio cómo un arbusto se hacía ceniza, como una plaga que acaba con los cultivos. Los sonidos seguían sin estar en sincronía.


Un hombre que estaba sentado cerca de una tienda de campaña vio cómo, a lo lejos, pasaba H corriendo. Su instinto fue ponerse de pie. Se sintió nervioso; la escena no era común. Este hombre le silbó a H, y como guiado por ayuda divina, H se dirigió sin dejar de correr hacia donde estaba este hombre. Ahora eran dos contra uno. H y el hombre solo se vieron y se pusieron frente al perseguidor. Este llegó corriendo y, teniendo lo que podría considerarse un arrebato de furia, tal vez, alzó el punzón, y ambos, como si hubieran practicado muchas veces el movimiento, se agacharon al mismo tiempo. El punzón encontró un destino: la sangre brotó casi instantáneamente, pues este loco corpulento se había herido a sí mismo. Con eso salvaron su vida; eso les dio tiempo para reponerse. H decidió que era mejor guardar el punzón, aunque fuera por mera intuición.


Este hombre, Mario, cuestionaba a H sobre qué había pasado. H le relató lo sucedido. Y de nuevo aquella sensación: su boca se abría, pero el sonido de su voz no estaba sincronizado. Mario le explicó a H que él llevaba dos años viviendo ahí. También había notado que su realidad tampoco estaba sincronizada. Se había ido a vivir al bosque porque todo le parecía más extraño en la ciudad y que, aunque estaba cerca para poder regresar, no lo hacía porque parecía que nadie más lo notaba. Para Mario, H era la segunda persona que lo había notado. H se quedó esa noche ahí por petición de Mario. Alana llegaría al siguiente día.


Alana era muy regular en el horario en el que le llevaba víveres a Mario. Principalmente le traía comida ya hecha una vez por semana. No era mucho, pero le servía para sobrevivir. Cuando Alana llegó al campamento de Mario, vio el cuerpo de aquel hombre de otra época. El cuerpo sin vida del hombre loco estaba a medio enterrar. H y Mario trataron de cavar un hoyo, pero sin herramientas era demasiado complicado. Alana reconoció al hombre. Les dijo que era un pariente de algún político. Salió en las noticias unos días antes y la nota periodística se le había hecho por demás extraña a ella, pero no recordaba bien las razones.


Alana recordó que aquel hombre vivía en un edificio pintado de un azul muy particular, un azul intenso. Con galerías en cada piso. H sabía de qué edificio se trataba. Alana dijo que algo pasaba ahí. De pronto recordó la nota en el noticiero. Este hombre estaba acusado de hacer rituales satánicos dentro del edificio. Las pistas habían llevado a la policía a aquel edificio que era propiedad del hermano, el político, y lo vinculaban con desapariciones que iban desde niños hasta ancianos. H no quería saber nada de eso.


H les dijo que él sabía dónde estaba ese edificio, pues vivía frente a él y que sabía cómo entrar, pues el hombre loco que lo perseguía había salido de ahí tras de él. Mario llevó su mano derecha a su boca, miró a Alana y luego a H, y les hizo una revelación. Él conocía el edificio, porque fue ahí donde todo comenzó para él. No lo recordaba. Trató de entrar en alguna ocasión, pero no lo había logrado.

H comienza a sentir que ya no es el mismo tiempo el que transcurre entre sus labios y su voz. Se está alargando. Mario le comenta que él tiene la misma sensación, pero que se ha ido acostumbrando porque en el bosque no se siente igual. Ahora, para cada uno de ellos, los sonidos llegan con más tiempo de diferencia. Alana recuerda un punto clave en la noticia. En ese edificio hay una pintura de un ángel con un reloj muy antiguo. Mario llegó a la conclusión de que tanto el color del edificio como el color del foco tienen algún significado, como un sello que protege algo. H sabe lo que está por pasar y siente mucho temor. Tienen que destruir el cuadro. Mario revela una última cosa: él ha tenido visiones. Sabe que si no hacen algo rápido, la realidad quedará alterada para siempre. Mario, Alana y H acuerdan regresar al edificio azul.




En su camino de regreso, Alana tiene su primera sensación con los sonidos desincronizados. Ahora son los tres los que tienen el mismo problema. Eso solo acelera sus intenciones de acabar con el cuadro. Cuando están a unas dos o tres cuadras de aquel edificio, se escucha una explosión. Los tres buscan dónde refugiarse. Unos segundos después, otra explosión. Ahora estaban dentro de un edificio, tirados en el suelo.


Alana recibió un mensaje en su teléfono. El mensaje provenía del servicio de emergencias de la ciudad. Una serie de explosiones habían sucedido y recomendaban buscar dónde resguardarse. Unos segundos después recibió otro mensaje. Ahora era un vídeo. M lo había enviado. Alana llamó a ambos para que vieran el vídeo. M salía en el vídeo; sin embargo, M no había grabado el vídeo. El vídeo era de dentro de aquel edificio. Se observaba cómo un fuego se elevaba desde la base de una pared y parecía sobrepasarla, y luego, algo espeluznante: el fuego parecía formar algo, la cabeza de una figura demoníaca. Al salir de aquel lugar, algo no estaba bien. No había gente en las calles.


Llegaron al edificio azul y ahora parecía incluso más antiguo que los demás, como si el tiempo estuviera ya muy desfasado. Al entrar, una anciana cuya mirada era un vacío silencioso, los recibió. Su sonrisa fue el primer indicio de que algo no estaba bien: un eco de maldad en la quietud.

La anciana se transformó. Sus huesos se retorcieron, sus ojos se hundieron en cuencas vacías y su piel se tensó, revelando una criatura espectral, una especie de demonio hecho de disonancia y silencio. Aterrorizados, Mario, Alana y H entraron a un cuarto, encontrando a la anciana y su forma demoníaca esperando, como si hubieran estado encerradas, listas para ser liberadas. ¿Cómo había llegado ahí antes que ellos?


Sin previo aviso, la anciana se materializó en el umbral de la habitación, sorprendiendo a H. Él, sin pensarlo, se abalanzó sobre ella con el punzón del hombre loco. La apuñalaba una y otra vez, su furia siendo la única melodía en el aire, una disonancia de violencia. Alana gritó, pero en silencio, y sus labios formaron las palabras: "¡Detente, ya está muerta!". H veía el movimiento de sus labios, pero el sonido no existía ya. Con la razón perdida, ignoró su súplica y continuó, hasta que, a puro punzón, le arrancó la cabeza. No había sangre, no había grito. La cabeza de la anciana, ahora un simple eco, rodó por el suelo.





El silencio que siguió a la violencia era más pesado que el miedo. Solo se escuchaba la respiración agitada en ese lugar maldito. Habían sobrevivido, pero la desrealización era total: el mundo era ahora solo barro y ceniza, y H sostenía la prueba de que el horror había sido real. Mario tenía en sus manos el cuadro del ángel con el reloj.


Un silencio les envolvió por unos instantes. H sintió que el sonido comenzaba a sincronizarse con la realidad. Mario sintió una vibración en sus manos; el cuadro comenzó a emitir un tic-tac que no podía escuchar. Era un sonido lento al principio, que parecía emanar de lo profundo de la pintura, como si viniera de eones atrás.


Una luz tenue comenzó a apoderarse del lugar, intercalada por momentos de oscuridad. La luz iba y venía al ritmo del reloj en la pintura. H tuvo un déjà vu. Sabía que ya había estado allí, en esa situación, pero ahora la sentía diferente. Un recuerdo, como un flash, le atravesó la mente. Sus labios dejaron escapar un nombre: "Baba Yagá". No recordaba nada concreto, pero ese momento ya lo había vivido.


Mario levantó la mano, con el rostro pálido. Sus labios formaron palabras perfectamente sincronizadas, pero que sonaban distantes, como si vinieran de otra época: "No lo entiendes, H. El punzón no rompe. Solo reinicia. El demonio de la disonancia... el Ur... él no destruye el tiempo. Él lo recorre para encontrar la versión donde su trato funciona." H comprendió que Mario sabía todas esas cosas porque, al igual que él, ya había pasado por ese momento, solo que aún no lo recordaba.


El vibrar de la pintura hizo reaccionar a Mario, quien tiró el cuadro al suelo. Alana miró el cuadro; uno de sus marcos se había quebrado y se podía observar algo escrito. La luz seguía inundando la habitación y esfumándose, permitiéndoles notar cómo las letras brillaban en la oscuridad. Detrás del lienzo había un mensaje escrito en la pared con lo que parecía sangre seca: "Marco Vesalius. Época 1812." Había otros nombres tachados que ya no se podían leer.


En ese instante, la puerta se abrió de golpe. No era el hombre alto ni sombrío. Era un hombre impecablemente vestido con un traje costoso: Marco Vesalius, el político, el hermano del hombre loco, con una sonrisa fría.


Vesalius no miró el cuerpo de Baba Yagá. Miró directamente a H y le habló con una voz normal, perfectamente sincronizada, pero con un timbre hueco y sin emoción: "Ah, H. Siempre lo mismo. Intentas romper el ciclo. Pero mi consejera tiene que tener un anfitrión. Mi trato con el Ur exige conocimiento, no la destrucción del tiempo. Y él lo obtiene recorriendo el tiempo. La anciana es la guardiana, pero su muerte solo libera a su siguiente cuerpo."


El cuerpo decapitado de Baba Yagá se desinfló; su ropa quedó como una cáscara vacía en el suelo. Vesalius señaló la cáscara y su sonrisa se ensanchó.


H, en un intento desesperado, corrió hacia el político con el punzón. Pero a medio camino, sintió un escalofrío que no era suyo. Sus manos comenzaron a arrugarse y su espalda a encorvarse. Miró su reflejo en un trozo de vidrio roto. Su rostro ya no era el suyo; eran las facciones envejecidas y aterradoras de Baba Yagá. El Ur, a través del trato con Vesalius, no necesitaba el cuadro; necesitaba que el guardián "muriera" para poder saltar al anfitrión más cercano.


H intentó gritar, de advertir a Mario y Alana, pero el sonido que salió fue un crujido seco, la voz de Baba Yagá: "Marco. Hemos perdido tiempo. Hay que empezar de nuevo. H ya no es él."


El sol de la tarde lamía las copas de los árboles mientras caminaba a casa, H volvía de la tienda con las manos vacías. Se dijo para sí que lo mejor era cocinar algo en casa. Entró al edificio de apartamentos donde vivía, pero le pareció que estaba en otra realidad. Algo no encajaba. La sensación era extraña. Se detuvo y miró sus manos. Eran las suyas, jóvenes y fuertes, pero sintió una familiaridad ajena al sostenerlas.


Comentarios

  1. ¡Vaya forma de mezclar ciencia ficción y suspenso! Agradezco los detalles: Escenarios, entorno, sensaciones, incluso ese desfase en el tiempo, en verdad aplaudo esos pormenores. Y el final, insólito como siempre, me encantó retomar ese primer párrafo al final. Me encantó.

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