Corazón Pequeño





Era un día normal, común como cualquier otro, J salió de trabajar y se disponía a realizar unas compras antes de llegar a su casa y poder disfrutar de la compañía de su familia, su esposa y sus dos hijos. Entró al supermercado de siempre, uno que no quedaba tan lejos de su casa y del que podía caminar después de bajarse del autobús. Una vez dentro escogió un queso procesado, ese era para él, agarró unas uvas, esas serían para su esposa, después caminó hasta dónde estaban las galletas, tomó un paquete de una marca específica, la que le gustaba a su hija mayor y después agarró un paquete de jugos de cartón, esos eran para el menor.

J tenía 65 años, era lo que podríamos llamar un viejo al que perfectamente le quedaban unos quince o veinte años más de vida. No fumaba, no bebía. Eran mañas que había abandonado hacía mucho tiempo, y también practicaba fútbol. Le gustaban las caminatas al aire libre, sus rodillas no lo dejaban correr mucho ya, pero aún podía caminar unas horas.

Mientras caminaba hacia el área de cajas del supermercado, notó a un anciano parado y sin moverse. Estaba solo mirando a su alrededor, veía a todos los que caminaban cerca de las tres cajas que tenía frente a él. Sobre los cajeros y a la vista de todos había unos televisores o pantallas como suelen llamarlos hoy día. En estas pantallas se podía ver a la gente que iba y venía cerca de las cajas, sin embargo había algo curioso en aquella escena. J lo notó. El extraño anciano no se veía en ninguna de las pantallas, pero más extraño parecía que nadie se diera cuenta de esto. J le echó un vistazo, tratando de disimular, como tratando de ver algún producto detrás de él. Una mirada rápida.

La iluminación de aquel lugar era excepcional. Ya no se escatimaba en luces, ahora había disponible una fuente de energía limpia e ilimitada. Así que J llegó a la conclusión de que había algo mal en las cámaras. Estarían trucadas o algo por el estilo. Decidió caminar hacía la caja del medio, justo frente al anciano. J lo saludó y aquel anciano se limitó a lanzar una sonrisa condescendiente. J se sintió un poco incomodo por el gesto. Más por quizá notar que era él la única persona que pareció darse cuenta de que el anciano no figuraría en el registro grabado de aquel supermercado.

J, hacía cola mientras observaba las pantallas y seguía incrédulo al respecto. J decidió que recordar como vestía este anciano sería una buena idea. Aunque no supo muy bien porque, pero le pareció lo mejor. Una chaqueta de cuero de un color café, un poco oscura, una camisa con un diseño muy peculiar, tenía rayas blancas verticales y horizontales, en fondo azul, un azul intenso. J creyó que él tenía una camisa si no igual, muy similar a esa. Un pantalón nada especial, era un color negro grisáceo, muy bien planchado para la hora que era.

Era el turno de J para pagar. Se  acercó a la cajera y la saludó. Era una joven que estaba en sus veintes. J era malo para calcular la edad de las personas. J consideraba preguntarle a la muchacha si ella miraba al anciano parado frente a ella. Era una consideración válida. No quería parecer un loco frente una extraña, no quería ser juzgado por alguien a quien conocía solo de vista. Aun así J articuló una frase un poco mal elaborada, sonó como una pregunta, pero era más bien una afirmación: «hay un anciano parado ahí, frente a nosotros, por los estantes».

La muchacha Levantó la vista y se lo quedó viendo durante un breve instante, arqueó una ceja y no supo que responder. Solamente lanzó una pregunta «¿Cómo». Pregunta a la que J solamente respondió: «Nada, olvídelo». J se puso un poco nervioso, saco un billete de veinte dólares para pagar, lo entregó a la muchacha, esperó su cambio. En ese lapso J lanzó un par de miradas examinadoras al anciano quien pareció no dejar de ver a J en ningún momento.

J tomó su bolsa y salió del supermercado y comenzó a caminar con rumbo a su casa, recordó que su familia lo esperaba. Recién salió del parqueo cruzó a la derecha y caminó sobre la acera. Estaba ya un poco oscuro por la hora. Levantó la mirada al otro lado de la calle, solo para ver a aquel anciano parado. Mientras J lo veía sintió un piquetazo en un brazo. No pudo distinguir en cual de sus extremidades superiores había sentido eso. Dejó caer la bolsa que llevaba. Se agacho para recoger la bolsa y cuando levantó la mirada vio al anciano parado, junto a él.

El anciano lo tomó del brazo. J sintió otro piquetazo y en ese instante pensó en sus hijos, su esposa y su madre y sus hermanos. J giró su mirada para ver perfectamente el rostro de este anciano mientras el anciano lo ayudaba a levantarse. El anciano lo vio fijamente a los ojos y le dijo «estoy aquí para llevarte conmigo». J llevó sus manos a su rostro mientras las lagrimas comenzaban a brotar de sus ojos.

J se pronunció de manera efusiva, con lagrimas en sus ojos: «Quiero volver a ver a mis hijos». Sintió como su corazón se se hacía más pequeño, se encogía, toco su pecho, quiso meter la mano en uno de sus bolsillos, para sacar su teléfono celular, pero no pudo. Fue en ese momento que J supo que no volvería a ver a su familia.

Comentarios

  1. Wow, fué inevitable ponerme en los zapatos de J... As always, unexpected ending. Excellent.

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