Elara



Liam abrió su tienda. Tenía puestos sus lentes categoría cuatro, los que además eran fotocromáticos y con protección a los costados. Los había usado muchas veces al subir no solo esta montaña, sino también otras. No vio a nadie más. Se puso su mochila. El sherpa no le escuchó levantarse. Había dejado todo listo como muchas veces lo hizo antes, salvo por un pequeño detalle: Su mochila iba vacía, sin el oxígeno que lo ayudaría.

El aire en el Campamento IV se congeló, denso y quieto, como un metal recién forjado. Eran las dos de la mañana. Solo una tenue luz anaranjada brillaba en el centro médico. Liam se movía con la precisión de un ladrón. Cada crujido de la bota era un grito en el silencio. De pronto, se escuchó el rugido del viento soplando como queriendo hacerlo caer. Dejó sobre su saco de dormir un papel doblado. Estaba un poco arrugado de todas las veces que lo releyó después de haberlo escrito una mañana de marzo. Sabía que sería encontrada, eventualmente. Ahora su única preocupación era alcanzar el punto de no retorno antes del amanecer, aunque era casi imposible que lo lograra.

Mi amor, mi Elara.

Escribo esta carta en la mesa de nuestra cocina, donde el sol ilumina tan bonito por las mañanas. Ahí, donde el mismo sol acariciaba tu rostro e iluminaba tus ojos. Quiero dejarla en un lugar donde no haya duda de que mi decisión es firme, pensada y, sobre todo, desesperadamente necesaria.

El crampón de su bota derecha mordió el hielo azul. Cada paso era un acto de fe. Liam no miraba hacia la cumbre; miraba hacia el pasado. Se había prometido no pensar en ello, no hasta que el aire se hiciera tan fino que los recuerdos fueran lo único real. Tres años. Tres años cargando con un dolor tan pesado como la mochila de un sherpa. Cada paso lo sentía más liviano, casi como si el aire helado lo ayudara a subir. El equipo empezaría a preparar el ataque a la cima en una hora o dos como máximo. Sabía por dónde ir, conocía el camino. Su brújula nunca lo había traicionado. Siguió en su andadura, impulsado por su deseo de llegar al Valle del Arcoíris, donde yacía su bella durmiente.

Tres años ya, y ha sido un invierno interminable. He vivido en un mundo que sigue girando, pero para mí se detuvo el día en que nos separamos en el Valle del Arcoíris. No supe en qué momento me alejé de ti.

Sintió un mareo repentino, pero lo ignoró. El Everest no era un obstáculo; era una cita.

Lobsang despertó y se giró hacia el saco de dormir de Liam. No le vio a él, pero lo que sí vio fue la carta sobre la bolsa de dormir. Con un movimiento torpe, abrió el zíper de su saco. Pensó que, a lo mejor, Liam había salido para su caminata de aclimatación. Al ver el papel un poco húmedo, como si alguien hubiera derramado alguna lágrima sobre él, lo abrió y la leyó precipitadamente. Su estómago se contrajo con un presentimiento gélido. Leyó la firma al final, su corazón latiendo como una alarma. La fecha: 15 de marzo de 1996. Solo pudo pensar: "Un hombre que planea su muerte con tanta antelación es imposible de detener".



No quiero luchar contra la montaña; quiero entregarme a ella, a la misma fuerza que te reclamó. Subiré sin apuro, como un hombre que vuelve a casa después de una larga y equivocada ausencia. No subo para buscar una cumbre, sino para buscarte. Te encontraré donde te dejó el mundo, esa silueta envuelta en hielo que he visto miles de veces en mis sueños. Para mí, no eres un final trágico, sino la estatua de nuestra promesa eterna.

Lobsang tomó su radio.

—Liam, cambio. Liam, ¿me escuchas? Cambio.

Nada se escuchó del otro lado. Lobsang maldijo. No supo cómo actuar. Se cubrió lo mejor que pudo y salió de la tienda. El viento soplaba muy fuerte. Salió hacia el centro médico. La luz naranja se balanceaba a causa del viento. Se acercó lo más rápido que pudo. No podía correr, solo caminar. Tenía la leve esperanza de que Liam estuviese ahí después de su caminata de aclimatación. Lobsang entregó la carta al encargado del centro médico. Este se dejó caer sobre lo que parecía un bidón que hacía las veces de silla.

El dolor se ha convertido en mi única compañía constante. Lo único que me queda es silenciarlo. Pronto estaré contigo, mi amor. Pronto estaremos juntos de nuevo. Cuando el sueño blanco me alcance, será como aquella noche junto a la chimenea en Chamonix, solo que mejor, infinitamente mejor.

Eran las once de la mañana. El sol, aunque pálido, dominaba el cielo. Liam se detuvo, vaciló por un momento. Vio algo semienterrado en la nieve, pero no era lo que él buscaba. De pronto supo dónde se encontraba. Era hora de buscar a Elara. Tenía que estar por ahí; era solo cuestión de repasar nuevamente sus recuerdos. De pronto lo vio: El Saludador. Parecía recibirlo con un saludo silencioso, como diciéndole que era bienvenido y que sabía a lo que iba. El escalofrío solo le recordó que la electricidad de su vida aún no se había apagado. Siguió caminando.

Cuando llegó a El Balcón, una pequeña repisa en la arista Sudeste donde habían cambiado las botellas de oxígeno antes, se detuvo un segundo, miró a su alrededor y siguió avanzando, esta vez sin detenerse. Recordó el mono de plumas azul eléctrico que vestía Elara ese día. Y de pronto lo vio. Estaba ahí, recostada sobre una morrena, inmóvil. Los ojos cerrados y sus manos dentro del mono de plumas. Se dijo, solo para sí, "El Valle del Arcoíris", y fue en ese momento que lo comprendió. Era una alegoría para ese mono de plumas. Fue como una epifanía que tenía que llegar en el momento cúspide, aquí, junto a su bella durmiente.



Dile a esta montaña que he venido a buscarte, Elara. Dile que el tiempo se acabó y que la espera ha terminado. Te amo. Nos vemos pronto.

Liam no quiso pensar en lo que Elara había sufrido ahí, sola. La vista se tornó borrosa, en parte por las lágrimas que salieron de sus ojos, en parte por la visión de túnel. El frío que se colaba en sus pulmones tenía ya un sabor metálico. Le quemaba los pulmones. Otro mareo. Se sentó junto a ella. Su viaje había terminado.

Tuyo, por siempre y más allá. Pronto en casa, juntos.

—Liam
— 15 de marzo de 1996

Comentarios

  1. Rayos... Terminé con un nudo en la garganta.
    Me encanta esos párrafos de la carta entre la narración, la forma en que se va comprendiendo de a poco las intenciones de Liam. Cuando nada más te puede consolar, que la esperanza de un reencuentro.

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